Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

4 de noviembre de 2014

Globalización

Regreso a las orillas del Tormes acompañado por Pablo otra mañana soleada de este otoño amable. El viejo embarcadero nos recibe al mismo tiempo que los rayos del sol comienzan a acariciar las aguas mansas que se deslizan hasta el molino y su aceña, allí donde diversas ardeidas esperan perezosas a iniciar su jornada y donde los martines pescadores tienen algunos de sus posaderos. Como en otros puntos del río, no tardan en aparecer repentinamente un par de visones americanos (Mustela vison) y, como si fuéramos invisibles, pasan entre nosotros persiguiéndose y peleándose. Una vez dirimidas sus disputas se queda uno de ellos por la zona cotilleando nuestra mochila, los trípodes e incluso el hueco oscuro del parasol de mi objetivo; hueco en donde llega introducir toda la cabeza para averiguar a dónde diablos va a parar esa "madriguera" extraña. Una vez aclarado todo, vuelve a sus tareas cotidianas, trasteando por los alrededores, a lo suyo, zambulléndose en el agua y saliendo de ella, inquieto, nervioso, con el cuerpo encorvado típico de los mustélidos. Con su pequeño tamaño, este precioso animal se ha convertido sin quererlo en el azote de diversas cuencas hidrográficas de la Península Ibérica desde la última mitad del siglo pasado. Desde entonces hasta nuestros días, y siempre aprovechando el curso de los ríos, se ha expandido de modo imparable por gran parte del territorio nacional, ocupando cinco núcleos poblacionales en Galicia, País Vasco, Meseta Norte, Cataluña y Comunidad Valenciana-Teruel, y sin que las autoridades competentes hagan nada verdaderamente serio para controlar la expansión y la hipotética erradicación de esta especie invasora. En estas regiones es la causante de la disminución alarmante de especies de aves ligadas a los medios acuáticos que nidifican en el suelo, como gallinetas, fochas, rascones o cigüeñuelas, ejerciendo de la misma manera una fuerte presión predatoria sobre especies tan sensibles como la rata de agua o el desmán de los pirineos, así como sobre el cangrejo autóctono y diversos anfibios y peces. Por si fuera poco, es un difícil competidor para otros pequeños carnívoros autóctonos, como visones europeos y turones principalmente, a los que desplaza por tamaño y agresividad, así como por éxito reproductor.







Que un animal tan peligroso para la conservación de los ecosistemas ibéricos como este se desenvuelva con la soltura que lo hace entre nosotros, parece delatar el nulo interés que las administraciones competentes tienen en materia de conservación. Y es que no se puede entender de otra forma que no se lleven urgentemente a cabo tareas adecuadas de erradicación y control del visón americano en toda su área de distribución. En nuestro caso, aquí, en la comunidad autónoma de Castilla y León, es verdaderamente aberrante que se institucionalicen los continuos "controles" de predadores (generalmente deberíamos hablar de "masacres") sobre diversas especies de carnívoros a través de numerosos métodos de captura (trampas, lazos, cacerías, ...), incluso en casos tan polémicos como el del lobo en el interior del mismísimo Parque Nacional de los Picos de Europa, empleando en ello, además, grandes esfuerzos y excusas políticas, y provocando un fuerte enfrentamiento social con una inmensa mayoría de la sociedad española que no apoya la caza, y que por el contrario se inhiban de su obligación cuando se pone sobre la mesa la necesidad imperiosa de realizar trabajos serios y prolongados de control de, por lo menos, algunas de las especies invasoras más peligrosas para la conservación de los ecosistemas españoles que podemos hoy en día encontrar en nuestro territorio.

Entre tanto yo pienso en estas cuestiones, el visón me deleita con sus idas y venidas por el entablado de la orilla del río, olisqueando e investigando cada resquicio de su nuevo mundo. Me lamento, pero parece que el visón americano ha venido para quedarse definitivamente.

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